Paréntesis

A menudo sueño con el Hotel Delfín. Yo estoy en ese sueño. Es decir, «formo parte» de él como una especie de circunstancia continua. El sueño revela de manera manifiesta que pertenezco a la continuidad del sueño. En éste, el Hotel Delfín está deformado. Es más achatado y largo. Tanto que, en lugar de un hotel, parece un larguísimo puente techado. El puente se extiende desde tiempos pretéritos hasta los confines del universo. Y yo estoy en él. Allí, en ese hotel, hay alguien más, alguien que derrama lágrimas. Las derrama por mí.
 El hotel me envuelve. Percibo con toda claridad sus latidos y su calor. En el sueño, yo soy una parte más del hotel.
Así es el sueño.

Me despierto. ¿Dónde estoy?, me pregunto. No sólo lo pienso, sino que me formulo la pregunta en voz alta: «¿Dónde estoy?». Pero es una pregunta absurda. E innecesaria, porque ya sé la respuesta: estoy aquí, y ésta es mi vida. Mi día a día. Ese apéndice del mundo que es mi existencia. Numerosos asuntos, cosas, circunstancias que, aunque no recuerdo haber consentido, se han vuelto atributos míos sin darme cuenta. A veces, una mujer duerme a mi lado. Pero, por lo general, duermo solo. Sólo yo y el rumor de la autopista que se extiende frente a mi apartamento, el vaso en la mesilla de noche (en cuyo fondo suelen quedar unos cinco milímetros de whisky) y la hostil —aunque quizá sea sólo indiferente— luz matinal cargada de polvo. En ocasiones llueve. Entonces me quedo en la cama, embobado. Si aún hay whisky en el vaso, me lo bebo. Y, mientras veo caer del alero las gotas de lluvia, pienso en el Hotel Delfín. Pruebo a desperezar lentamente los brazos y las piernas. Eso me confirma que yo soy sólo yo, y que no formo parte de nada. No formo parte de nada, me digo. Pero la sensación del sueño persiste todavía en mí. Hasta el punto de que juraría que puedo estirar la mano y tocarlo, y que todo eso que me engloba reacciona moviéndose. Cada elemento lo hace de manera ordenada, lenta y cuidadosa, produciendo en cada fase un leve ruido, como el de un pequeño artilugio automático que funcionara a base de agua. Si presto atención, oigo unos sollozos apagados. Una voz sofocada. Sollozos procedentes de algún lugar oscuro. Alguien llora por mí


-Dance dance dance, Haruki Murakami 



Hace unos días soñé con este otro mundo, uno donde no había estado antes, ni pertenecía a alguna idea que ya existiera; iba en un autobús en dirección a un sitio que ya olvidé cuando decidí parar en medio de un sitio abierto, enfrente estaba el camino y a la derecha se abrían las nubes, caminé hacia el barranco y me senté largo rato frente aquella magnífica vista que se abría ante mis ojos, colores turquesa, celeste, marino, verde, era algo muy bello y quería retratarlo, quería guardarlo y poder mostrarlo, en esa basta inmensidad simplemente me perdí.

Me gusta todo el inicio del libro Dance Dance Dance, me recuerda a los hoteles color mar y los largos sueños en la costa, también me recuerda que toda mi vida he soñado las cosas igual, solo que en este caso igual es diferente; mi mundo onírico prevalece sin cambios, sin embargo siempre se aleja de lo real, lo mismo pasa con la gente, al final todo son proyecciones.

Pero volviendo al "inicio" del libro, hay algo especial con los inicios de los libros, siempre espero encontrar alguno que me diga algo  singular en sus primeros renglones, probablemente fue por aquel "Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera" de Karenina que leí en el Erizo y no en Anna, o probablemente es por el inicio de "El país de las últimas cosas" de Paul Auster. hasta ahora nada ha superado eso; doy muchos rodeos a todo lo que no tiene sentido.

Han pasado muchos días desde la última vez que escribí (quizá meses) pero lo extraño, el tiempo ultimamente abunda pero yo no, es como si simplemente yo me hubiese reducido a estados 1 - 0, dormir - despierto, o más.

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