Quien es si no es solo un latido que desaparece


Me declaro culpable, de soñar con los ojos abiertos y dormir apenas un par de horas. De esparcir desesperación y cosechar desencanto, así como también soy culpable de recolectar dolores y destrozar sus murallas de paciencia. También soy culpable de estar aquí y de que haya alguien leyendo esto justo ahora (o no) esperando saber algo más (o nada). 

Me declaro culpable de mis ausencias, y de mis puertas sin dinteles, de mis ventanas sin fauces de lobo cuando llega la noche, de mis lunas sin temores, de mi sabios sin libros como seres desmembrados; culpable de la antítesis, de no saber conjugar el verbo mentir en inglés en su pasado participio, de no caer con la noche sino cuando el día se levanta triunfante ante mi derrota.

Soy culpable también de todo lo que uso o no uso, culpable de mis 35 lunares dispersos, de mi cabello que no se define a si caer o subir al igual que mi peso solo juega a las escondidas tras el espejo o los espejos pseudo  transparentes de la acera en cada esquina brillosa. Culpable de que mi ojo izquierdo me declarase la guerra, de no saberme con anteojos sin que se deslicen hacia abajo por la ruta de mi nariz uno de cada 3 minutos, culpable de la sangre que se acelera, de las venas que discuten, de la herida cuagulada y de las líneas de trazo en mis brazos o en mi piel que salen de la nada después de un día de desprendimiento en donde solo recuerdo que fui yo o fue alguien que debía ser yo quien se azotaba contra las nubes en un cielo no azul y sin volar. Culpable de las manchas rojas que se reproducen en mi pierna izquierda, culpable de que la mitad de mí trate de escapar de mi (el ojo y su rebelión).

Pero sobre todo soy culpable de mi falta de apego (o exceso), soy culpable de todas esas palabras y voces, del estremecimiento de corazón tras saber que la esperanza físico-matemática (última) terminaba convertida en una mancha falsa y con poca impronta. Soy culpable de intentar sin intentar, del miedo y de la espera de que mi nombre baste como puente infinito hacia un ferrocarril que nunca volverá por mi ni por nadie más, culpable de no bastarme con tacto o sabor, de no bastarme con palabras ni con inyecciones de morfina regulada a mi ser bajo el pseudónimo de la distancia a un metro de aquí. 

Soy culpable de correr hasta destrozarme los pulmones, y de morir hasta no ser capaz de revivir de nuevo. Soy culpable de desvelos míos y de otros que en muchos casos no son solo mas que nadie, culpable de querer refugiarme en hogares de otros a horas indecentes para un ser no noctámbulo, de perder la razón, los estribos, de querer huir cada día al abrir los ojos, culpable de haber soñado dos veces a la semana futuros que ya no son ni quiera parte del pasado y que sin embargo se asientan como si fuesen mi propia voz diciendo que eso soy solo yo -una memoria- -un fantasma- -otra cáscara vacía-.

Culpable de callarme y sin embargo no dejar de decir algo, soy culpable de dormir sin soñar, culpable de que la luna sepa a letras y que las letras ya no tengan sabor, culpable de mirar el vacío, de mirar "a través de ", de haber estado mirando una y otra vez, culpable de no dejar de buscar lo que se que nunca encontraré, culpable de esa canción que no para de repetirse en mi cabeza, de aplazar las cosas, de gritos cuando mas quiero silencio, de comer cada día a la misma hora, en el mismo lugar, esperando a que suene mi nombre tras una larga lista de seres, soy culpable de dolores, de esos dolores que no tienen forma y solo mutan, culpable de nunca irme pero tampoco saber quedarme, culpable de nunca quedarme, de siempre volver cuando sueño, culpable de esos sueños como navajas que se tuercen mientras miro una pantalla tras una y otra y otra sonrisa.

Culpable de vivir en mi propia crisálida del aire, y que cada uno de éstos párrafos haya sido escrito por uno de los "siete". Soy culpable de que después de 60 minutos Fantasma haya decidido callarse y volver a ser una densa nube de humo sin forma. Culpable de que el obturador se haya detenido cuando la ultima inocencia se desvaneciera sin caer; también soy culpable de sus no muertes, asesinato de sus almas, tan culpable como soy culpable de crear 20 grullas cada vez mas miniatura, culpable de finales sin sentido que saben a quejas de palabras sin alabanzas; y mientras yo espero mi condena de pena de muerte "ellas" que gritan en mi cabeza, siempre insisten con declarar su inocencia.







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Desde entonces


Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda) 
en que estuvimos juntos meses enteros, 
desde el amanecer hasta la media noche. 
Hablamos todo lo que había que hablar. 
Hicimos todo lo que había que hacer. 
Nos llenamos 
de plenitudes y fracasos. 
En poco tiempo, 
incineramos los contados días. 
Se hizo imposible 
sobrevivir a lo que unidos fuimos. 
Y desde entonces la eternidad 
me dio un gastado vocabulario muy breve: 
“ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”. 
Y nunca más, nunca más, nunca, nunca*



*José Emilio Pacheco







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