Agápē, sueño a tres voces.

"Esta vez no vengo a hablar de amor" tintinea algo en su cabeza, esta vez vengo a hablar de dolor, de ese que ya no explota, ese que ya no es capaz de derrumbar ni de gritar, de es dolor que se pega al alma como bombas o minas en territorio desconocido para en el menor instante volarnos en pedazos, de ese que se expande inerte y se sabe que al final acabará con todo. aquel dolor que abre la puerta a la tercera voz y esta grita que ya todo esta muerto (Incluso si queremos negarnos y creer que todavía puede haber una vez mas).

La naturaleza es brutal y encantadora, igual que aquellas capas de la realidad que se escapan de la vista pero siguen ahí, caricia y golpe en el mismo pulso, así van las cosas cuando aparece la tercera voz. Suave, lasciva, cruel, masiva, la tercera voz siempre se trata de la verdad, el ojo que ve todo desde lo alto, el vagabundo observador o aquella bebida dejada en la repisa a medio tomar aun con el tintineo de sus hielos.

Las voces se juntan y entretejen en aquella danza salvaje de una mirada que todo puede y nada consigue. Es entonces cuando vienen los silencios.

El primer silencio es el de la primera voz, simple e imprecisa, atada a su insomnio y lo cotidiano. Su silencio abre la puerta al abismo de las voces acumuladas, aquel silencio que le repite las promesas que ya todos olvidaron.

El segundo silencio es el de la segunda voz, salvaje y voraz, la voz que quema y asesina lo que toca o mira, la voz atada a lo mundano; es su silencio el que esconde la respuesta al final de esas cadenas que atan el rostro.

El tercer silencio es el de enero, un silencio aterrador, un hielo perpetuo, la bomba que es capaz de destruirlo todo aunque no hubiese nada.

Y mi alma grita a tu sombra que ya no sabe que es amor. Todo es un tejido maquinado, un esconder los ojos tras una mano que ya no existe.

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