Ab imo pectore

No recuerdo en que momento empecé a sentir vergüenza de mis propias ideas y pensamientos, ni cuando comencé a ocultarme bajo la piedra angular, supongo que en el momento en que desee negar hasta la última parte que me formaba fue cuando perdí todo interés en lo que rodeaba mis días. A veces solo llueve la aparente resignación, siempre sin un motivo distinto a una idea singular (nada real), pero sigo creyendo que es el grito del alma a la opresión que conlleva la supuesta negación de la libertad innata poseedora en cada ser independiente. También están esas palabras: tales como independencia o libertad, albedrío, destino, elección, indulgencia, sumisión; palabras e ideas detonantes, que aunque sienta a veces como faltas o ajenas a mi vocabulario elegido como pensamiento mi inconsciente no soporta sin temblar de pánico.

Tampoco logro dejar de expresar todo con aire dubitativo, no me encuentro en la imagen, ni en el reflejo, ni la acción, tampoco son mías ya estas manos que tengo de frente, como si un substituto de mi haya decidido tomar mi cuerpo tal cual una habitación de paso o estancia continua. El tacto se ha transformado a aspereza, los latidos a perpetua interferencia; alzo la mano al último aliento y el consuelo no llega entre las puntadas sofocantes, aquella puerta también se me ha cerrado pero a menudo yo continúo mirando tras la ventana esperando que vuelva. Abro brechas como dejar luces encendidas en el pórtico cada noche para encontrar el camino de regreso desde aquel sitio a donde va a parar todo lo perdido (aunque de nuevo no haya perdido nada).

A veces me siento en la mesa de noche que no tengo, solo para escuchar la misma canción repetida una vez tras otra, o al menos hasta que ese dolor desaparezca, pero el dolor no desaparece el dolor muta, incluso aquellas cosas que fueron capaces de generar en mí emociones positivas, incluso aquella a la que me aferraba con tanta desesperación, todo puede solo mutar a alguna de las variaciones del dolor. Pero llega un momento en que uno se acostumbra a las marcas, las líneas delgadas uniformes o dispersas, las manchas en su viaje de color gris/verde/púrpura/morado, uno se acostumbra a las punzadas, al impacto de tres, al primer clavar aun mas profundo, uno se acostumbra a todo y deja de ser suficiente. La conclusión de estallido sigue siendo la misma, cada cicatriz se vuelve un pequeño símbolo de rechazo a esta la "norma universo" que se resume a mi es muss sein; se hace tan fuerte, bajo su propio palpitar, que me pregunto siempre si aquello no será mi fin.

He anhelado tanto decir algo, pero todos son enemigos, nadie representa un sitio abierto, y termino mintiendo cuando pretendo ser sincera; quizá esa es la razón por la que el mundo me parece un campo rodeado de personas de minas a punto de hacerme pedazos, la verdad es que ya olvidé cuando fue la última vez que fui o dije algo real.

 

 Yo creo que es tiempo de cerrar la puerta y declinar. Debí haber huido.

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